“El lenguaje es siempre, será siempre, un salto sin red de seguridad”, escribe Mario Montalbetti en su más reciente poemario Notas para un seminario sobre Foucault (Fondo de Cultura Económica/Sur Librería, 2017). Un libro estupendo –lo mejor que he leído en lo que va del año, sin duda–, en el que se sumerge, como nos tiene acostumbrados, en disquisiciones sobre el lenguaje y, al mismo tiempo, sobre el arte poético. Mario ya se encuentra en Buenos Aires, donde dictará ocho conferencias sobre teoría poética –que espero pronto se reúnan en un libro–; sin embargo, hace unos días, en el interior de la Librería El Virrey, charlamos sobre su más reciente entrega poética que toma la forma de un seminario.  

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR | Foto:CMS

–¿Cómo se te ocurrió darle la forma de un seminario a este reciente poemario?

–Probando, me imagino. Leyendo los seminarios de Foucault y leyendo los seminarios de Deleuze sobre Foucault, me pareció que allí había una forma interesante, que se movía de una forma interesante. La forma del seminario en la que tú discutes ciertas cosas y vas moviendo, en este caso, el poema en base a esas discusiones. Y como además soy profesor universitario esa forma la tengo muy presente, constantemente. Entonces, hice una especie de ensayo, de prueba, para ver si esto funcionaba. Hice una sesión y media, y no estaba muy convencido, pero se lo mostré a Micaela (Chirif), mi mujer, y me dijo que sí, que funcionaba. Eso me dio un poco de ánimo para ver si es que podía hacer algo más de largo aliento, usando esa forma. Y allí está.

–En este libro, aunque de alguna manera también lo hiciste en Cajas, combinas tus dos facetas más nítidamente, me parece: la de poeta y la de académico.

–Sí, eso es verdad. El antecedente de este libro sería Cajas. Cajas es más “filosófico” que poético. Y este es más poético que filosófico. Si puedo hacer una distinción: la deferencia entre el filósofo y el poeta es que el filósofo escribe mientras piensa, el poeta piensa mientras escribe. En otras palabras, lo que hace el poeta es, en la misma, escritura, encontrar un pensamiento que se está desarrollando. El poeta no tiene una idea en el sentido: ah, tengo una idea, es esta, te la puedo resumir. No, el poeta está dentro de una idea. Lo único que puede hacer, al desplegar su mecanismo expresivo, ir moviéndose con esa idea que se está desplegando. Entonces, en este libro sí hay un intento poético en ese sentido. Es decir, un poema en el que desarrollo estas ideas al mismo tiempo que escribo. No es que las tengo. La estructura misma las va desarrollando, desplegando, creando. Y en ese sentido es un poema. Cajas era un poco más ensayo filosófico. Yo tenía una idea. Y el problema era cómo expresar eso. Es el típico problema de un filósofo, el problema de expresión. En el caso del poema no es “ah, tengo una idea, voy a escribir sobre esa idea”. No. Comienzo a escribir y eso despliega la idea.

–Esas ideas que se despliegan y están en el libro son ideas y preocupaciones tuyas constantes y tienen que ver con el lenguaje…

–Sí, son preocupaciones sobre el lenguaje. Esta vez teñidas mucho más de ideas, libros, cursos de Foucault y de Deleuze sobre estas cosas. Esencialmente diría esta idea central para el poemario: el lenguaje es ciego, que el lenguaje no es un arte visual, que el poema encarna esa ceguera de manera admirable. Y esta idea de que ver no es hablar, o la oposición entre lo enunciable y lo visible, que está en Foucault y está en Deleuze, son ideas que se han plegado a mis ideas sobre el lenguaje.

–Y que están, además, muy ligadas a lo que es la poesía en sí…

–Sí, en oposición a lo que me parece a mí que es la novela contemporánea, que es más visual, se ha convertido en un arte visual. El poema no, el poema es el submarino que menciono en el poemario. Tú haces una inmersión a 90 metros de profundidad y no ves nada, ¿verdad? Pero de vez en cuando puedes tirar un torpedo y le puedes dar a algo. La novela es más un viaje en avión con ventanilla, y tú ves las montañas, las vaquitas, el sol, otros aviones… Exagero, pero no mucho. Al mismo tiempo esto que he escrito es una especie de defensa del poema.

–Cuando leía el libro tenía la sensación de estar sumergiéndome en sus páginas, en los textos, en el leguaje y por ende encontrar allí lo poético…

–Así es. Y allí viene el problema en cómo saber si avanzas y cómo saber hacia dónde. No lo sabes, pues. Es perfectamente ciego, pero sí vas distinguiendo algo que llamo el sentido del poema, una especie de dirección en la que se mueve. Pero lo estás experimentando desde adentro, no desde afuera viendo un objeto que se mueve. Lo experimentas desde dentro.

–¿Cómo se te ocurrió incluir este texto apócrifo de Toño Cisneros?

– (Risas). Nació de la propia escritura. Porque el Arte poética N1 de Toño es muy conocida, la del chancho, el limonero… Porque como está el libro elaborado en forma de Seminario, el público interviene, solamente que casi nunca es audible lo que dice, y yo respondo. Y a veces lo que respondo tampoco es audible. Pero en un momento me preguntan: ¿Y la novela? Y no quiero hablar de la novela. Entonces los mando al desvío, diciéndoles que lean un poema de Arguedas. Y allí se me ocurrió: por qué Toño no haría una especie de ataque a la novela, una especie de arte poética. Entonces digo: no saben, pero entre sus papeles han encontrado esto… pero por supuesto que no es de Toño (risas).

–Decías, según recuerdo, que va a llegar un momento en que el lenguaje solo servirá para lo que el poder quiera que sirva…

–Sí, porque en líneas generales, este es un libro sobre el lenguaje y el capitalismo. Es un libro sobre en qué anda el lenguaje en este sistema bendito en el que estamos inmersos. Entonces, la comparación entre dinero y palabras fue una comparación muy popular desde hace mucho tiempo. Marx dijo que era una muy mala comparación. Saussure, en cambio, la empleó. Y mucha gente habla sobre las similitudes entre lenguaje y dinero. Pero digamos, el dinero se ha vuelto algo muy distinto a lo que fue el dinero cuando comenzó esta comparación entre lenguaje y dinero. Ahora el lenguaje parece el dinero electrónico en el que tú sumas cantidades, restas cantidades, sobre una masa informe que no se puede articular. Y que en mi impresión es un poco el deseo del sistema. Hay pocas cosas que le interesen más al sistema que el lenguaje. El lenguaje no le interesa absolutamente nada. El sistema desprecia al lenguaje, porque el lenguaje permite articular pensamiento. Y si hay algo que el capital no desea es que la gente piense. Entonces, todo ese trasfondo es el trasfondo del libro al mismo tiempo, ¿cierto? ¿Cuál es la situación del lenguaje en un sistema como en el que estamos? ¿Qué vale el lenguaje en este momento, para qué sirve, quién lo tiene, para qué lo usa? ¿Quién tiene acceso al lenguaje en este momento? Y esas preguntas están como rondando en los márgenes del libro.

mario montalbett en el virrey de miraflores / foto: cms.